sábado, 4 de junio de 2016

CONVERSACIONES ENTRE TIMOTEROS:
LAS AREPAS DE HORNO Y OTRAS GRANJERIAS
Por: Jesús María “Chuma” Espinoza Marín

   Filadelfo Araujo, paisano Timotense, a través de su cuenta en Facebook denominada “La Ruta del Páramo”, nos  obsequia desde la Mérida Serrana, diciendo: “Para mis coterráneos, les envió, estás arepitas de horno”. Y la gráfica, nos llena de antojo porque se ven apetitosas, doraditas, crujientes y curiosamente distribuidas en un recipiente sobre las hornillas, sumando más de una docena que esperan por los comensales. Como para despertar más nuestra ansiedad, insiste: “vamos a ver si Regal Ocanto o Ramón Ramírez (también coterráneos), recuerdan, dónde las preparaban”. Prosigue, un tanto descriptivo, Fila: “Mi tía, Victoria Parra y mi Aya, Domitila Paredes, hacían unas geniales. También mi tía Angelina Marquina y Margarita Lobo, las preparaban tan buenas que no necesitaban pasajeros” como “diría Iván Rivera”.
   Desde mi aposento en Timotes, añorando la creatividad y los sabores percibidos y degustados, una y otra vez, en nuestras tardes familiares, expreso: “Extraordinarias y exquisitamente inolvidables las de la Abuela Margarita”. A la conversación, se suma otro paisano, Regal Ocanto, quien sentencia: “las arepas de horno que recuerdo eran unas con bastante queso que vendía Ramón, el esposo de Angelina” (Montilla) “en Plaza Páez” hoy nuestra Plaza Miranda. Prosigue nostálgico: “De la abuela Margarita me acuerdo de las mantecadas y los bizcochuelos (infaltables en las paraduras). Otra que también hacía arepas de horno era mi prima Juana Ocanto”. Mientras los recuerdos aparecen uno a uno, Filadelfo ofrece testimonios: “como anécdota, recuerdo, que nos peleábamos (suponemos que en su casa) por las arepas de la Señora Margarita Lobo, la abuela de Chuma”. A la conversación se une Rómulo Balmore Montilla, quien expresa: “las mejores arepas de horno, por muchísimos años, fueron las de la señora Margarita, igual que los pastelitos de carne y queso”. Sin esperar mas segundos, se reporta desde la Ciudad de las Siete Colinas Iván Rivera y señala: “la Señora Flora, vía al Cementerio (de Timotes) las hacía muy buenas” y agrega  también nostálgico José Antonio Picón Briceño, a quien Isbelia aprecia y menciona contantemente en conversaciones familiares, lo siguiente: “comparto con Regal (Ocanto) lo de las mantecadas y bizcochuelos de la Señora Margarita Lobo”, resaltando con mayúscula: “Exquisitas. A mi mamá, Doña Anita y a Tía Florinda, les encantaban”. Entre las emociones surgidas de sentimientos encontrados que evocan lo grato del momento, remata: “Cada vez que íbamos a Timotes visitábamos a Elena e Isbelia y llevábamos para Valera, cuando habían. Igual con las arepas de horno, las comíamos solas por lo bien preparadas. Qué tiempos aquellos!”. Al intercambio se suma una Dama Teresa Ramírez, quien amplía la variedad de la añoranza, escribiendo: “Arepas buenas de maíz chiquito y maíz pilao, las que preparaba mi Madre Josefita Ramírez”. Elio Franco también evocador, nos lleva con sus frases hacia lo sentimental, refiriendo: “Qué enriquecedor y maravilloso saber de todos ustedes, además cargados de lindos recuerdos que nos llevan a aquellos años en nuestro amado terruño” refiriéndose al Timotes legendario. Entrega su opinión afirmando: “las arepas de horno, mis preferidas, y también de los míos. Infaltables los bizcochuelos, así como las mantecadas que mi Mamá Ana (Anita Cádenas) de Franco encargaba donde la Señora Margarita, Abuelita de Chuma, para la paradura del Niño (Jesús) de mi casa”. Entre otros conversadores, se une con sus palabras Ramón Ramírez, afirmando: “… no duden que con nuestros humildes aportes, vale decir con lo poco (o mucho diríamos) que nos ayude nuestra agotada memoria, iremos suministrando un grano de arena, que aunado a la semántica que los honra, se escribirán grandes folios para la historia imperecedera. Muy cierto, Flora, la mamá de Dulce, y esposa del Señor Molina (también elaboradora de arepas de horno), casualmente el horno lo tenía a la vista de todo el que se conducía (o dejaba irse) por la vía hacia el grupo escolar. También la Señora María Cándida Santiago preparó mantecadas de gran calidad y a tres reales cada una”.  Con la preocupación a flor de labios, Ramírez, concluye emocionado: “veo que han olvidado las exquisitas y únicas paledonias (también llamadas cucas o catalinas) elaboradas por la Señora Margarita Lobo, y las quesadillas y acemas que elaboraba la señora Florentina, Madre de Bernardino, Ramiro y René, entre otros. Además del pan criollo que elaboraba el Señor Sixto Santiago, el de la Calle Guaicaipuro (de Timotes), a medio cada uno”.  Mientras Alice Parra nos antoja diciendo: “que ricas son con bastante queso”, les dejó está información que dice: “Recuerdo de niño, ya casi a finales de los sesenta y principio de los setenta, las cuentas de pan que sacaba un Señor Marcelo Cómbita en su pequeña Panadería de Plaza Miranda. Fue muy famoso su pan “Cachito” que repartía en una bicicleta de reparto, color negro. Por cierto una cuenta de pan implicaba 20 unidades. La panadería de Marcelo dio origen, posteriormente, a la Panadería La Criollita del popular Flaco Abel Lacruz”. De nuevo Elio Franco con sus palabras: “En esa década Jesús “Chuy” Franco abrió la bodega “Los Cuatro Vientos” y allí vendíamos el pan del Señor Marcelo Cómbita (que) tenía mucha demanda. También allí se vendían los mejores helados, preparados por Majín Franco y mi mamá, en variedad y sabores: moras de allí de la montaña, piña, coco y toddy, los más buscados, yo estaba pequeño pero ayudaba en la atención al cliente. Al lado estaba el botiquín de Don Manuel Villarreal y al frente (estaba) la Bodega del Señor Paulino Valero”. Por cierto, está bodega funcionó durante mucho tiempo como señala Elio y vale decir que estaba una cuadra abajo de Plaza Miranda, por la Avenida Bolívar, y un poquito más arriba de la casa natal de Filadelfo, en local propiedad de su mencionada Tía Angelina Marquina. La conversación la remata Regal Ocanto con lo siguiente: “eran famosos los panes de Las Uzcategui” refiriéndose a “las niñas Esther y Débora, porque murieron viejas pero niñas, (que ) estaban al lado de Pedro Ocanto (del Abasto Los Timotíes) en lo que es la casa de Mayela (Quintero), hija de Ramón “Pinocho” Quintero; el pan de Ernesto Vivas frente al Parque (infantil) de la Avenida Guaicaipuro, especialmente el pan blanco que era exquisito y a medio la unidad”.
   Finalmente, paisanos conversadores: “Del horno de mi abuela”, otrora obra de arte nacida del ingenio de Crescencio Gutiérrez, quien lo armó en ladrillo y barro, salían apetitosas granjerías: pan criollo, paledonias o cucas, mantecadas de maíz, biscochuelo, acemas, cachito, arepas de horno y otras especialidades de la cocina criolla que inundaban, periódicamente, los mostradores y vitrinas de las pulperías más importantes del pueblo.  Pero qué manos prodigiosas amasaban tan solicitadas apetencias?  Simplemente era el trabajo de mi abuela Margarita, humilde mujer llegada desde la Piedra  Gorda a principios del siglo XX, precisamente a casa de Doña Josefa Araujo, generosa dama que le brindó facilidades para estudiar las primeras letras, efectuar   la   Primera   Comunión   y   aprender  la elaboración de granjerías tradicionales.
    La abuela Margarita, asimiló muy bien las enseñanzas de Doña Josefa y muy agradecida tuvo que partir de allí, buscó otros rumbos. El destino le deparó la vieja casona de los Espinoza, donde Don Chui,  Padrino de todos, le brindó calor familiar.
    Allí comenzó, desde que tenía 18 años, a amasar por cuenta propia, labores que realizó durante  más  de  treinta  años  en el horno de la casa vieja. Sumemos otros diez años, sacando granjerías del horno nuevo, crisol que era calentado con chamiza traída en los hombros de Fabricio Parra, desde las montañas cercanas, recibiendo en pago: un cafecito, paledonias, pan y cinco reales que costaba el tercio de chamiza. Por cierto, era todo un acontecimiento divisar en los caminos de la montaña al cargador de chamiza y seguirlo con curiosidad  hasta verlo aparecer  por las calles.
    Para concretar esas faenas productivas, nuestro personaje, utilizaba algunos instrumentos caseros, confeccionados por artesanos populares, entre los cuales se distinguían: una batea grande, la paleta  de madera, varias ollas de barro y  cucharas de palo  que servían para batir los ingredientes.
    Para la abuela Margarita, amasar era  como rezar: todo un ritual maravilloso que permitía: ganarse el sustento honradamente,  servirle  a la comunidad, demostrando sus habilidades para cocinar  y  sin proponérselo, ganarse  un sitial en la historia culinaria del poblado. La calidad de sus granjerías permitió que su fama se regara cual lluvia fresca por los pueblos y ciudades  de la región, inclusive  del centro del país, sitios donde llegaban bien envueltos  los encargos  para ser graciosamente servidos y degustados en la popular merienda de las tardes familiares.
    Sus exquisitas apetencias fueron muy conocidas, y podríamos afirmar que casi todos los habitantes probaron algo de esa gama peculiar del horno de mi abuela, a tal punto que muchos añoramos hoy la sabrosura del pan, las mantecadas de maíz y las incomparables paledonias, elaboradas, tal vez, aplicando mágicos secretos que le garantizaban un sabor inigualable. Recuerdo que la gente esperaba paciente, en la casa vieja, el divino producto que degustaban los vecinos a distintas horas del día.
    En aquella época, el precio de esos productos estaba al alcance de todos: pan a locha y a medio; mantecadas  a medio (las pequeñas), a cuatro bolívares las grandes, que por lo general se hacían por encargo para repartirlas en las tradicionales Paraduras del Niño, escenificadas en el mes de enero; igual: paledonias a medio. Su pequeña producción oscilaba entre veinte y treinta cuentas  de  pan,  amasaba cuatro días  a  la semana, reservando los  días sábados  para la elaboración de las ricas mantecadas de maíz. También elaboraba exquisitos dulces caseros, tabletas de coco y papelón, que endulzaban el paladar de la chiquillería.
    Posteriormente,  la abuela  Margarita, se fue a la ciudad  buscando mejor vida, dejando a los hijos de Timotes sin las preciadas granjerías. Muchas cosas han cambiado en este Valle, hoy existen empresas modernizadas  con  muy  buena  producción  de esas granjerías antes caseras, aunque la sencilla viejita  elaboró tabletas de coco, dulces y otras apetencias que endulzaron la vida de muchos caroreños. La abuela nunca tuvo ese espíritu empresarial que le sobró a otros paisanos, realidad que pudo permitirle crear su propia empresa, aunque si tuvo la dicha y satisfacción de haber enseñado a tantas personas los trucos de las granjerías típicas,  de haber  vendido  sus granjerías a  las principales familias  de Timotes y el recuerdo imborrable de interesantes  o hermosas páginas en la historia gastronómica del poblado.  
    La abuela Margarita  dejó sus huellas apetitosas en este hermoso Paraíso, muchos ni siquiera la conocieron, otros como Filadelfo Araujo, Regal Ocanto, Ramón Ramírez, Teresa Ramírez, Elio Franco y quien susccribe, jamás nos olvidaremos de su figura anciana, cansada pero enamorada de la vida, siempre cordial, ocurrente y conversadora de historias  pasadas.     Recuerdo  las distintas conversaciones donde me describía situaciones curiosas, sucesos, personajes y el accionar de los espantos que en otros tiempos marcaron la vida de nuestros familiares. La Abuela Margarita,  se  alejó de este mundo  un 25 de diciembre de 1.996, cuando pisaba noventa y dos años de vida. Representa, por estos detalles, uno de esos valores autóctonos que permanecían en el anonimato y he aquí algo de la esencia de sus arepitas de horno: se elaboraban con harina de maíz chiquito o amarillo, bien finita la masa que se combinaba con queso criollo rayado y se mojaba con huevos criollos que se batían, sin alcanzar el punto de nieve, la amarilla aparte y la clara igual y una miel de panela, bien amasada hasta dar el punto, luego cuando ya se había calentado el horno de barro, se elaboraban redonditas las arepitas de horno y se colocaban en hojas de plátano y se cocían al horno y casi al punto de culminación, se les agregaba nuevamente miel y queso por encima y terminada la cocción, se dejaban enfriar para degustarlas golosamente entre familia. Y como señaló Antonio Picón, al paso del tiempo adquirían más sabor, es decir, se ponían más sabrosas.
Original: Jesús María “Chuma” Espinoza Marín
Historiador y Cronista Popular
Timotes, abril de 2016

1 comentario:

  1. Tus relatos Chuma como historiador, nos honran, toda vez que mantienes una secuencia de los hechos y una coyuntura inexorable donde nuestras afirmaciones están plasmadas de realidad; Timotes siempre es y será un cónclave para quienes amamos a nuestra Venezuela

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